
Otra tarde con la misma función,
el mismo decorado y actores distintos.
Un paso de peatones.
Cuerpos ajenos que lo atraviesan.
Un rubio con prefijo de cuarenta,
un muchipoco de manual,
mucho de nada,
mucho de poco,
sonrisa magnética
y la dentadura llena de faltas de ortografía.
Un fondo de armario
con una mirada singular
que me hizo ceñir como la lycra
y bajó la cremallera
de mis prejuicios.
Aquella tarde
dos ojos
me atropellaron.
Y desperté.
Nea Thea.